Volver al Pico Duarte (1)
Primera entrega de una crónica larga sobre mi viaje al Pico Duarte por la Ruta de la Ciénaga de Manabao.
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Supuse que nunca en mi vida volvería a subir el Pico Duarte, pero cuando mi hermano Emmanuel sugirió que hiciéramos el viaje, le respondí afirmativamente. Yo había escrito por encargo un libro sobre el Pico, un libro que estaban vendiendo en todos los supermercados Nacional del país, en donde en alguna página había aseverado con firmeza que todos los dominicanos debían subir la montaña y que yo mismo esperaba repetir la hazaña pronto. Pero no solo eso, dicha frase populista la había repetido en los podcasts, los eventos y los programas que me invitaron para promocionar el libro. Por lo que ahora no podía venirle a mi hermano con que yo estaba ya muy viejo para esas cosas. Así que le dije que por supuesto, que cuando viniera de vacaciones a Santo Domingo -mi hermano vive en Washington-, subiríamos juntos a la cima más alta del Caribe.
A diferencia de mi viaje pasado, en que hice la ruta de Mata Grande, en esta ocasión haríamos la más corta, la de la Ciénaga de Manabao, que consta de 23 kilómetros y se puede realizar en dos jornadas: en la primera se recorren unos 18 kilómetros hasta el campamento de la Compartición y en la segunda unos 5 kilómetros hasta el Pico. Ya que la entrada en la Ciénaga de Manabao del parque J. Armando Bermúdez está a una altura de 1,100 metros sobre el nivel del mar, en el recorrido se ascienden unos 2,000 metros, hasta alcanzar los 3,101 metros de la montaña.
A pesar de que muchos familiares y amigos habían comprado y leído el libro, cuando les propuse que viniesen, la mayoría se excusó diciendo que estaban viejos para eso, que le habían operado la cadera o que estaban menopáusicas. Incluso mi cuñada -que está en excelente condición física- desistió de hacer el viaje porque consideraba que eran muchos días. Por lo que sólo estábamos mi hermano y yo. Lo que no estaba mal. Podría ser una experiencia interesante. De hecho, a la vuelta podría escribir una crónica titulada, “Cómo alcancé el Pico junto a mi hermano” o “Los Báez en el techo del Caribe”. Sin embargo, el viaje saldría muy caro para dos personas. Generalmente, estos viajes se realizan en grupo y, por lo tanto, mientras más grande es la manada más barato sale.
—Busquen más personas —sugirió el presidente de Desde el Medio Tours, el montañista Iván Gómez.
Podíamos buscar una opción de excursión más barata, pero no queríamos asumir una serie de aspectos logísticos que nos abrumaran impidiendo que nos enfocásemos en la subida al Pico. Desde el Medio Tours lo cubría todo: sleeping bag, colchones, tiendas de campaña, guías, mulos, cocinero, comida. También ofrecían su Eco Lodge, conocido como El Centro de Visitantes Edwin Gómez, con duchas calientes, habitaciones cómodas y un río delicioso. El plan era alojarnos la primera noche en sus instalaciones. De igual modo, tendríamos un sitio donde descansar, cenar y dormir tras bajar extenuados de la montaña. A esto había que sumarle que tenía mucha ganas de ver a Ramón Hipólito Colón alias Mon, a Manolo Espinosa alias El Gallo y a otros guías y cocineros con quienes había compartido en mis viajes anteriores.
Tras recibir la negativa a acompañarnos de varios senderistas y amantes de la naturaleza dominicanos, casualmente me contestó afirmativamente una boricua. Mi amiga diseñadora Adaris García dijo que le encantaría participar en la aventura. Además, no solo ella se sumó, sino que también convenció a una colega suya, la artista Zuania Colón.
Sin más, armamos el grupo internacional y reservamos cupo del 12 al 15 de julio del 2025. Desde WhatApp, Iván Gómez ofreció explicaciones generales con respecto a la excursión. Nos recordaba a Charlie, el jefe de Los ángeles de Charlie, quien era que proponía las misiones en cada episodio y a quienes los espectadores nunca le veíamos la cara, solo le escuchábamos la voz. Sugirió que llevasemos focos, abrigos fuertes, seis pares de medias deportivas, dos pares de tenis o de botas, traje de baño, protector solar. Que hiciéramos sentadillas y caminatas diarias. Además, propuso el siguiente itinerario: llegar el 12 de julio a la Ciénaga de Manabao, poblado perteneciente a la provincia de La Vega y ubicado a 1,100 metros de altura, para pernoctar en el Eco Lodge de Desde el Medio Tours. Al día siguiente, el domingo 13, subir hasta el campamento de la Compartición, situado a 2,450 metros de altura. El lunes 14 coronar los 3101 metros de altura que constituyen la cima del Pico Duarte. Finalmente, descender la mañana del martes 15 hasta la Ciénaga de Manabao, buscar nuestro vehículo en el Eco Lodge y retornar a casa.
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Iván nos explicó que para entrar al parque J. Armando Bermúdez debíamos escuchar una charla de su administrador.
—Es una charla de apenas cinco minutos —dijo—. Luego les ponen su cintillo y pueden entrar.
Pero se equivocó. Más que charla parecía una reprimenda y la duración fue de casi media hora.
Alexis Corona, el administrador del parque, es un militar de unos setenta años, de barba luenga similar a la guajaca de los pinos y con un ligero parecido a uno de los personajes del Señor de los Anillos.
—La entrada de los seres humanos en el parque—fue diciendo y gesticulando con una mano—va en detrimento de la naturaleza. ¿Quién es el depredador más despiadado y peligroso? El hombre y la mujer. Así que el Ministerio de Medio Ambiente tiene que darle autorización a quien va a entrar. Si vemos que un grupo no tiene condiciones, sencillamente se le revoca el permiso de entrada.
Señaló que no se podía prender música ni consumir bebidas alcohólicas ni drogas. Que estaba prohibido vandalizar el parque, es decir, no se podía hacer grafitis en las rocas ni en la estatua de Duarte . Que había que evitar los encendedores, los cigarrillos, las fogatas y cualquier cosa que estimule un fuego. Que no se podía dejar desperdicios. Que si veíamos basura en los senderos que la recogiéramos y la metiéramos en nuestros bolsillos.
Le dijimos que estábamos de acuerdo con todas esas medidas y que ayudaríamos a que se cumplieran. Casi al final, como para romper el hielo, señalé una copia de la Divina Comedia que tenía en el escritorio, al lado de un Pepto Bismol.
—Yo solo leo los clásicos —me dijo—. No leo libros modernos.
Por lo que ni le pregunté si había leído mi libro sobre el Pico, donde él es uno de los entrevistados.
A la salida preguntamos por los cintillos.
—Los recibirán mañana —nos dijo cuando lo cuestionamos.
—Pero vamos a salir a primera hora.
—Aquí los esperaremos —dijo, tomó su pipa y la encendió.
Era sábado. La temperatura estaba deliciosa. En los colmados de la Ciénaga de Manabao estallaban las bachatas, los dembows y los merengues típicos.
—Tan solo le faltó pedirnos que pisáramos las piedras con cuidado para no hacerles daño —dijo mi hermano con tedio.
—¿Nos dará los cintillos mañana? —le pregunté a Mon quien se había quedado fuera hablando con los guardaparques.
—No se preocupen por eso —dijo.
Ya que Ivan no pudo venir a recibirnos, Mon se estaba encargando de todos los pormenores, tales como recibirnos en el Eco Lodge, mostrarnos los alrededores y traernos hasta la oficina del parque. De hecho, hasta nos contó que el guia que nos llevará al Pico, tenía mi nombre y era hijo suyo. Alto, robusto y con ciertos rasgos taínos, Mon es uno de las personas más veneradas del pueblo. Lo conocí en mis viajes anteriores y lo entrevisté para el libro porque además de haber sido guía por muchos años, es en la actualidad el presidente de la asociación de guías de la Ciénaga de Manabao.
Paseamos por el pueblo y Mon nos fue explicando que el dueño de muchas de las cabañas y villas que bordeaban el Yaque del Norte es Juan Ramón Gómez Díaz, el propietario del Grupo Telemicro.
—¿Cómo es? —le pregunté.
—Nunca lo he visto. Nadie lo ha visto. Viene en su helicóptero y se va en el helicóptero.
Contó que el empresario hizo una donación para reparar el puente que atravesábamos a cambio de que lo bautizaran con el nombre de su madre, la cual no es de Manabao y puede que nunca haya pisado el pueblo.
A pesar del letrero enorme con el nombre de la señora, la gente del pueblo sigue refiriéndose al puente con el apodo de un antiguo habitante de la Ciénaga de Manabao, el cual tenía su vivienda al lado del río.
A medida que atardecía la temperatura fue bajando. En el trayecto, frente a la Plaza Pico Duarte, me topé con El Gallo, quien fue mi guía en un viaje que hice al Tetero. Lo encontré más joven y estilizado que la última vez que lo vi. Estaba en tan buena condición física que a las boricuas les sorprendía que tuviese 55 años. Se unió al grupo y fue contando de un accidente que tuvo en Jarabacoa donde se clavó una varilla en la nalga izquierda. Por fortuna, la herida fue superficial, y le dieron de alta en el hospital de un día para otro.
—Toi tomando patilla —dijo resignado cuando le propuse comprar una botella de ron.
Pero esa noche nadie estaba por beber. Más que nada, queríamos estar frescos, relajados y preparados para la hazaña del día siguiente.
Retornamos al Eco Lodge, al Centro de Visitantes Edwin Gómez, que consiste en una casona de dos pisos con cinco habitaciones, cocina totalmente equipada, salón de juegos y un museo dedicado al alpinismo. Al asomarse a la terraza se tiene una vista privilegiada de las lomas verdísimas que circundan la región donde sobresalen villas y cabañas. La finca está sembrada de limoneros y se puede tener acceso privado al río Yaque del Norte del cual es posible escuchar su rumor.
También tiene un área de fogata. La prendieron esa noche y nos sentamos ahí a calentarnos y a escuchar el crepitar del fuego y las historias de Mon y de El Gallo. Sin embargo, el detalle principal del Eco Lodge, que lo hace especial entre los otros hotelitos y airbnbs de los alrededores, es Max, un Golden retriever, que sin mucho esfuerzo consquista el corazón de todos los visitantes. Mientras El Gallo y Mon hablaban, Max rondaba entre nuestras piernas en busca de trozos de pan y caricias. En un momento, se quedó quieto a mis pies, jadeando, calentándose con la fogata.
Oíamos a los dos experimentados guías hablar de las últimas dos desapariciones acontecidas cerca del Parque Nacional J. Armando Bermudez. Primero se habló de El Viejo Lolo, un anciano de más de noventa años, que solía componer décimas sobre unos taínos que lo visitaban en las madrugadas en su rancho, le contaban los secretos del bosque y lo convidaban a que se fuera con ellos a su cueva. Al parecer, se largó con ellos, ya que desapareció sin dejar rastro en las navidades del 2024.
—Fue como si se lo tragara la tierra —dijo El Gallo.
De ahí pasaron a una noticia que sigue siendo titular de todos los periódicos. La desaparición de Roldanis Calderón -un niñito de tres años- acaecida el pasado 30 de marzo en el mismo parque. El hecho ocurrió en Los Tablones, ubicado a cuatro kilómetros de donde estábamos, en la casa de una tía del infante. Aparentemente, el niño estaba jugando en el patio de la vivienda. De pronto su padre lo dejó solo para buscarle un jugo y cuando retornó Roldanis no estaba. Empezó a vocearle y a buscarlo por la casa y los alrededores. Al darse cuenta de la desaparición, emprendió con la familia y los amigos la búsqueda por todo el bosque. En las horas siguientes, se sumaría una brigada de más de doscientas personas, que incluiría agentes de la Policía Nacional, soldados del ejército, la Defensa Civil, decenas de voluntarios y sobre todo guías. Desde la Capital trajeron un perro sabueso que no dio con rastro alguno. Parecía como si al igual que El Viejo Lolo, a Roldanis se lo hubiese tragado la tierra.
Ya han pasado varios meses de la desaparición, lo que por supuesto, ha servido de terreno fértil para una serie de teorías conspirativas, que van desde la de los taínos al rapto de brujas, de la abducción de ovnis a la existencia de bandas que se dedican a robar niños para el tráfico de órganos.
—Eso es un asunto familiar —dijo Mon tajante—. A quien deben investigar es a la familia. Aquí en Manabao o en Lo Tablone no hay ná que buscar.
—En Puerto Rico sucedió algo parecido —añadió Zuania— y al final el asesino resultó ser un tío.
Se hizo un silencio largo y nos quedamos viendo el fuego hasta que fue menguando su intensidad. Nos fuimos levantando, subimos por los escalones de piedra y cada uno fue a su habitación. Con tal de llegar temprano a la Compartición, habíamos resuelto que lo mejor era desayunar a las cinco y media. De ese modo arribaríamos a eso de las seis a la oficina del parque. Inmediatamente nos pusieran los cintillos echaríamos a andar por los senderos mojados de rocío. Me tumbé en la cama, confiando que el rumor del río Yaque del Norte habría de arrullarme, pero lo que se filtró por las paredes y por debajo de la puerta fue una mezcla de dembow y de bachatas provenientes de los negocios y los colmados de Manabao. Ahora bien, estaba tan cansado que no me costó mucho cerrar los ojos y dormirme.
Segunda parte pronto?
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